Mitos y Leyendas

LA COLEGIALA DE MEDIANOCHE
Ocurrió al filo de la medianoche de un día del mes de noviembre de 1975, cuando en la casa de mis padres se celebraba mi onomástico. La familia y amigos departíamos alegremente en un ambiente alumbrado por lámparas a kerosene. Era la época en que Lunahuaná carecía de energía eléctrica. En plena reunión, estando ecuánime, escuche una voz suave que me invitaba salir a la calle, desolada y oscura.
      ¿Quién podría ser a esa hora? Salí rápidamente, cruce dos ambientes y abrí presurosamente la puerta principal. ¡Oh, sorpresa!.Cara a cara, apoyada sobre la columna de la puerta, una atractiva chica de tez canela, cabellos largos, vestida con uniforme de colegio, blusa blanca y falda gris. Los tenues rayos de la luz interior y la noche estrelladas, me permitieron verla de cuerpo entero.
¡Hola!, pasa
Gracias, aquí estoy bien
¿Cuál es tu nombre?
No tiene importancia
¿A quién esperas?, ¿Por qué no pasas?, insistí.
Aquí estoy bien, mirando la reunión.
Sentí como que mi cabello se erizaba. Parecía una pesadilla.
No era para menos. Desde la posición de la desconocida visitante no se veía la reunión. Nada  tenía que hacer allí. La puerta había estado cerrada. Me retire solo por unos segundos, para pasar la voz al familiar cercano.  

Al retornar , había desaparecido la chica por arte de magia. No se estaciono ningún vehículo cerca y la calle seguía desolada. ¿Quién fue la extraña colegiala?. Nunca más supe de ella. Otras personas también aseguraron haberla visto la misma hora y por el mismo lugar. Solo se sabe que una chica murió instantáneamente cerca del puente de Jita, en un accidente automovilístico.




EL PEJERREY DEL POZO DE CUTIMAYA

El pozo de Cutimaya del rio cañete, frente al malecón de Lunahuaná, donde permanece sumergida la campana de la infausta guerra del pacifico es centro de muchas leyendas y anécdotas. En el año de 1946, surgió un extraordinario nadador, Gonzalo Segovia Sánchez, quien desde las alturas de los cerros aledaños al pozo de Cutimaya se arrojaba espectacularmente, como en saltos ornamentales, deslizándose luego por el agua como un verdadero pez. Por esta razón sus amigos lo bautizaron con el apelativo de PEJERREY. Un buen día Gonzalo invito a su íntimo amigo, José, para que presenciara una de sus clavadas. En uno de los saltos, se sumergió en el profundo pozo y desapareció totalmente.
     Cuando transcurrió unas quince minutos, José pensó lo peor y empezó a gritar, voz en cuello: ¡socorro!, ¡socorro!, mi amigo se ahogo. En ese momento, el pejerrey, que se había escondido detrás de una gigantesca piedra, aprecio “vivito y coleando”. Una tímida sonrisa se dibujo en el rostro de José quien solo atino a decir:”te pasaste compadre, meses después la alegría se transformo en pesar. Como quien dice “el pez por la boca muere”, Gonzalo, dejo de existir a los 18 años, en circunstancias no esclarecidas. Solo quedo la inscripción de las iníciales GSS, en los altos cerros Cutimaya, como mudo testigo de sus hazañas.




TRAGEDIA Y FORTUNA DE DON VALENTIN
Entre la chacra y la casa, se desarrollaba la tranquila vida de la familia Luyo Yactayo, teniendo a Don Valentín con jefe de ese humilde hogar.
Sus antepasados quisieron premiar su constante amor al trabajo y es así que encontrándose en medio de sus florecientes sembríos, en una soleada mañana, apareció un gracioso conejillo blanco que se cruzaba constantemente a sus paso.
Don Valentín, saboreando de antemano un suculento plato de conejo, se dijo así mismo: “El almuerzo está asegurado”.
De inmediato entro en acción, persiguió a su codiciada presa hasta se escondite, debajo de un antiquísimo batan. ¡Oh!. ¡Sorpresa!. El blanco conejillo se convierte en un valioso botín: ¡un cántaro lleno de oro y plata!.
Do Valentín, sin salir de su asombro, soñó despierto. Se sintió dueño de una inmensa riqueza.  Enseguida volvió a la realidad, y con vehemente curiosidad destapo el cántaro, sin advertir el peligro que correría, pues, el antimonio, como tratando de defender sus joyas quemo sin compasión sus manos y su rostro. Esto fue alto precio que pago Don Valentín a cambio del tesoro encontrado.
A partir de entonces, este modesto labrador, se convierte en un prospero agricultor, con muchas tierras en sus haber, que le permitieron vivir, sin apremios económicos, al lado de su inseparable compañera, doña Francisca, quien con el mismo amor y sencillez de siempre, supo sobrellevar inteligentemente esta dualidad de tragedia y fortuna.